jueves, 14 de marzo de 2013

EDUCAR CON CUENTOS: LA COLABORACIÓN


Siguiendo la metodología descrita en PROGRAMA DE EDUCACIÓN EN VALORES A TRAVÉS DE CUENTOS, os proponemos el tema de la colaboración.

PARA LOS PADRES:
En el último siglo, la historia ha sido testigo de un progreso hasta ahora nunca conocido. Vivimos  en un mundo tecnológicamente avanzado, casas altamente confortables, electrodomésticos de todo tipo nos realizan muchas tareas de forma rápida, fácil y eficaz… Decimos que tenemos una alta calidad de vida en cuanto a bienes materiales, salud…

Esto es bueno… si se sabe usar. Pongamos una comparación. Los medicamentos, además de mejorar nuestra salud, tienen efectos secundarios, a veces bastante peligrosos. Por eso se han de tomar sólo cuando sean precisos. De la misma manera, el bienestar y el confort tomado a grandes dosis tiene asociado un efecto secundario terrible, una auténtica parálisis: el acomodamiento. Podríamos imaginarnos que nos sentamos en un enorme y blandísimo cojín, del cual ya no podemos levantarnos porque, sencillamente, hemos quedado hundidos, engullidos en él.

Quizás  a nosotros este mal no nos ha vencido del todo, puesto que en nuestros años juveniles se valoraba más el trabajo, el estudio, el espíritu de superación, se luchaba por conseguir algo…ya estábamos educados en ello. Sin embargo, a nuestros hijos les ha pillado del todo. Han nacido en un mundo rebosante, tienen todo lo que un niño de su edad puede tener (y algunos hasta lo que a su edad no deben tener) y esto sólo con pedirlo o esperar muy breve tiempo (en algunos casos,  de inmediato). Tampoco suelen trabajar en la casa como se hacía antiguamente, no hay tanta necesidad, de eso se ocupan los padres, los electrodomésticos o alguien contratado cuando los padres no tienen tiempo. De esto se deriva, muy lógicamente, una forma de vida acostumbrada a no esforzarse. No es culpa de ellos. Es culpa del estilo de vida que llevamos y, más bien  de nosotros, padres y madres, si consentimos en tragarnos todo esto.


La soldadura de un brazo roto no se realiza de golpe, es un proceso lento, día  a día aquello va uniéndose lentamente. Si retrasamos o, es más, omitimos la escayola, aquel hueso roto quedará, irremediablemente deformado para toda la vida. Con la personalidad del joven, su predisposición al esfuerzo, al trabajo ocurre algo similar. De forma natural todos tendemos a la ley del mínimo esfuerzo, si no sembramos amor a la superación, si no creamos hábitos serios de trabajo y estudio, si no ponemos responsabilidades a nuestros hijos (quieran o no quieran…) quedarán con una tendencia muy fuerte a evitar todo lo que cuesta. Y en esta vida todo lo grande cuesta. ¿No os parece terrible?  Y esto no es sólo dañino a nivel práctico para ellos (¿cómo saldrán adelante en su trabajo y en su futura familia?), lo verdaderamente grave  es la concepción de la vida, que queda totalmente trastocada: en vez de ser personas que intenten dar lo mejor de sí y ser útiles a la sociedad, serán seres orientados hacía sí mismos, auténticos egoístas, acostumbrados a recibir de todos ¡y con todo el derecho! Esto ya lo estamos viendo en la sociedad que vivimos.

Si intentáramos resolver este problema quizás se solucionarían también el del fracaso escolar y otros tantos problemas sociales.

A pesar de todo, no debemos preocuparnos. Esta terrible “enfermedad” es de muy fácil, muy fácil curación ¡si ponemos remedio! Tan sencillo como acostumbrarles a trabajar y colaborar. Desde muy pequeños, y aumentando las responsabilidades con el paso de los años. Un chico o chica de 15  años debería ser capaz de realizar cualquier tarea doméstica, como un adulto. Nuestros hijos son tan hábiles como cualquier hombre y mujer de la historia hasta nuestros días, no los infravaloremos. Igual que vemos necesario y no dudamos en llevarlos al colegio y que hagan los deberes, hemos de hacerles trabajar y colaborar en casa. Aunque pongan malas caras, aunque se resistan, aunque nos hagan numeritos, no nos sintamos malos padres. Es por su bien. ¡Veámoslo muy natural, porque es tan natural como la vida misma!  El ser esforzados, trabajadores, es un valor que forma parte del ser humano, hay que lanzarlos a la vida preparados para vivir en ella. Hemos de hacerlo con la misma seguridad con la que ponemos una escayola en un brazo roto, los llevamos al colegio aunque lloren o les damos de comer aunque sean inapetentes. Como somos conscientes de la necesidad, no dudamos en hacerlo.

Otro tema es convencerles. Pero lo primero es convencernos nosotros, padres y madres. Los niños toman conciencia de la importancia de las cosas según la importancia que nosotros le damos. ¡Es vital! Si nosotros no nos convencemos, nos vendrán las dudas: “¿Será necesario?... Mejor será que lo dejemos porque ¡cómo se ha puesto!... total  ninguno de sus amigos lo hace”.

De ahí viene la retirada con todas sus funestas consecuencias. No nos sintamos ni malos padres ni equivocados. Debemos pensar todo lo contrario: “Lo necesitan, es por su bien, es preciso. Son inmaduros, no pueden razonar lo que más les conviene”. Nosotros hemos de poner la firmeza, la seguridad… y  cuando pasen los años, ellos estarán acostumbrados y lo comprenderán.

Sólo tenemos que tener mucha paciencia al principio, hasta que comprendan que esta “nueva costumbre” se va a quedar en casa para siempre y lo vayan viendo natural.

La educación funciona así, los niños ponen su parte: la inmadurez, las ganas de jugar, todo el tiempo del mundo para protestar y dar largas (no tienen mucho más que hacer) y nosotros, padres, debemos poner la madurez, la razón, la firmeza y… un cariño muy grande para educarlos con paciencia y delicadeza hasta que ellos sean mayores y puedan ir por la vida solos. Si dejamos las decisiones en manos de unos inmaduros ¿qué  esperamos cosechar? Y esto, lamentablemente, se hace con mucha frecuencia.

PERO ¿CÓMO?

Empezar desde muy pequeños. Pongamos el sencillo ejemplo de  cuando aprenden a ir solos al baño. A veces tenemos tanta prisa que les subimos los pantalones, tiramos de la cadena y apagamos la luz sin darles opción. Y como lo  intenten ellos (torpemente, claro) y no les salga, les decimos que no sean cabezones y se dejen ayudar. ¡Ya les estamos acostumbrando a que se lo den todo hecho! Ellos hacen lo mínimo y los padres lo demás. Esto mismo ocurre en otras muchas circunstancias. Debemos tener paciencia y darles tiempo.

Podemos darles cargos sencillos: llevar servilletas, cubiertos… a la mesa y luego recogerlos. No sólo recoger sus juguetes, hay que variar, si no se aburren; hay mil cosas: guardar cubiertos secos en el cajón, abrir ventanas para ventilar, barrer (¿qué perdemos?), pasar el trapo del polvo, tender, recoger y doblar ropa, arreglar cuentos y juguetes, hacer ensalada u otras cosas en la cocina…

Si decís que no tenéis tiempo… nos lo creemos ¿qué hacer entonces? Pues dejemos lo fácil para los días de entre semana (poned cargos semanales cortitos) y busquemos un hueco más largo el sábado.  ¡Nos tenemos que convencer de lo importante que es esto! Supondrá privarnos de otra actividad, pero pensemos lo que estamos  ganando. Además, no es tanto tiempo. Con media hora será más que suficiente, incluso menos si son muy pequeños (aunque a veces los pequeños quieren más que los mayores, ¡les encanta!). Los de 10-11 años pueden barrer ya muy bien, fregar platos, tender y recoger ropa, limpiar sus habitaciones… hasta iniciarse en serio en la cocina. Podemos aumentar el tiempo conforme se hagan más mayores.

Si queremos empezar este estilo y nos ha pillado con los hijos más mayorcitos, podemos decirles que hemos descubierto la importancia de enseñarles a trabajar, que han de aprender a hacer de todo para saberse desenvolver con facilidad en la vida y que  el aprender a tener responsabilidades y esforzarse, les ayudará a conseguir muchas otras metas que se les presentarán en su vida; que cada persona tiene mucho que aportar a la sociedad y que no dejen este mundo sin su pequeño grano de arena. De ahí que se ha de conseguir el hábito del trabajo, de la colaboración… y como cualquier hábito, se adquiere por la repetición de actos. (Podemos ponerle la comparación con la adquisición del hábito de estudio, de lavarse los dientes, de recoger…). Así empezaremos a poner unos sencillos cargos.

Seguramente al principio lo harán por novedad, pero luego ¡preparémonos!, la rutina empieza y también la desgana, la pereza… y la famosa rebeldía: “¡¡No!!”. Pero no tenemos que preocuparnos, no pasa nada, es normal. Les hace falta nuestra suave, cariñosa pero firme, firmísima postura… “Bueno, cariño, tú ya sabes tu cargo. Como yo tengo también mucha faena, sigo con ella; cuando vayas a continuar, si quieres me llamas y te ayudo (esto es cuando aún no se manejen solos) pero recuerda que el horario no admite cambios: primero trabajar, luego descansar… en el descanso ya podrás (y le recordamos lo que puede hacer entonces: jugar, leer, sus pasatiempos  preferidos…)”.
Y hemos de ser consecuentes, lo segundo, el descanso, no llegará si no se hace lo primero, el trabajo. Además ¿cómo van a descansar si no se han cansado aún? Esto les ayudará a comprender el orden y la lógica de las cosas, y a tener voluntad.

Hemos de valorar mucho más el esfuerzo que hagan que el resultado de su trabajo para fomentarles deseos de intentarlo de nuevo.
También hemos de tener presente una cosa: cuando vayan adquiriendo este hábito, serán  momentos también muy agradables para todos. ¡Cuánto une un ratito limpiando a fondo un baño! Les podemos enseñar a hacerlo con perfección (hasta sirve de juego frotar el grifo con el trapo como la lámpara de Aladino ¡quedará deslumbrante!), y mientras, vamos hablando del cole, de sus amigos, de sus conflictos… Es un momento muy rico pues además de trabajar los buenos hábitos se comparte un ratito con los hijos. No olvidemos que si queremos que nos quieran y nos tengan confianza hemos de empezar por “estar” con ellos,  tratarlos, compartir experiencias…

Padres y madres, gustemos de esta tarea educativa  tan necesaria y tan noble, porque si no lo hacemos nosotros ¿quién lo hará?



JUEGO DEL MES:

Ahora les invitamos al siguiente juego. Entre todos vamos a pintar una linda casita en una cartulina o papel grande.



Como todos formamos el hogar, entre todos vamos a construir la casa. Cuando aportemos un trabajo o servicio, mamá o papá, nos dará un ladrillo, teja u otro elemento, porque estamos construyendo nuestra casa. Los ladrillos pueden ser recortes de papel de colores; el tejado, si es de paja, pueden ser tiras de lana; las puertas y ventanas pueden ser bolitas de papel de seda... en fin, ya os dirá vuestra imaginación.
¡A ver que tal os queda cuando esté terminada!

Os ponemos ahora los cuentos para que podáis hacer la reunión familiar cada semana.



PARA LOS NIÑOS:
CUENTO DE LA PRIMERA SEMANA: “EL PAIS DEL ABURRIMIENTO”
Un señor naufraga y aparece en una isla. Llega a una ciudad y observa que los niños, aún los mayorcitos, no saben apenas hacer nada, ni abrocharse los zapatos, ni prepararse el desayuno, ni hacer los deberes más sencillos, ni recoger sus cosas y habitación... así se pasan la vida reclamando ayuda a sus padres. Estos, a su vez, como tienen que hacer los trabajos de ellos y encima los de sus hijos no dan abasto, y por eso tampoco tienen tiempo de jugar con sus hijos o llevarlos al parque. El resultado es que los niños se pasan el día aburridos reclamando y esperando, y los padres agotados.
Como los padres lo hacen todo, los niños no aprenden y cuando se hacen mayores tienen poca práctica y habilidad. Al hacerse padres son poco habilidosos, van lentos y de nuevo no tienen tiempo para enseñar y jugar con sus hijos. De esta manera el problema se continuaba. Era un país realmente aburrido. El señor náufrago, que observó esto, fue a visitar al alcalde: “Yo tengo la solución a su problema. Convoque a todo el pueblo en la plaza mayor”.Todos fueron contentos, esperando que alguien les pudiera sacar de esta situación tan cargante y aburrida.
 Por eso escucharon con atención: “Señoras y señores, tengan paciencia. Niños y niñas: atended, vosotros tenéis el remedio también. Debéis enseñar a los niños desde pequeños y que éstos colaboren. Cada uno de la casa hará una tarea, según su edad y capacidad. Y en un momento estará todo listo, y os sentiréis contentos”.
Todos pusieron de su parte, los padres en enseñar, aunque les costaba tiempo, los niños en aprender... y en un mes, el pueblo había cambiado. Lo que antes los padres necesitaban dos horas para salir, ahora en media hora estaban preparados. Cada uno se vestía y se arreglaba, mientras el padre organizaba y la madre retocaba... y ¡les daba tiempo a salir al parque, o de excursión, o jugar al parchís! Desde entonces ese país se dejó de llamar PAIS DEL ABURRIMIENTO y se llamó PAIS DIVERTIDO, pues les daba tiempo a trabajar contentos y a jugar mucho.

Ideas para el diálogo:
Primero preguntadles qué es lo que más les ha gustado del cuento, y por ahí tirar de la madeja. Después se les puede hacer pensar que cuando colaboramos en casa aprendemos a hacer las cosas, nos hacemos más hábiles, más "apañadicos" y sobre todo nos hacemos personas útiles. Esto es maravilloso. Da mucha alegría saber que cuando ayudamos aliviamos y alegramos a los otros. Podemos hacerles una comparación: "Si tú fueras una fuente ¿qué te gustaría más: estar seca o sacar un agua fresquísima y buenísima que refresca a todo el que tiene sed? ¡Seguro que la del agua abundante! Una fuente seca ¿para qué sirve?...sólo para poner de mal humor al que se acerca a ella esperando saciar la sed. O, si tú fueras un lápiz , qué preferirías ser ¿uno de esos sin punta o uno con mina estupenda que da gusto colorear con él? ¡Seguro que el segundo! Es que, claro, lo que no es útil ¿para qué sirve? Así pasa también con las personas, cuanto más podamos colaborar y servir, más contentos y realizados nos sentimos.

Además vivimos más a gusto en lo limpio y ordenado, se encuentran las cosas antes, no se nos estropean tanto ni las perdemos. Para colmo, si los niños ayudan a los padres, éstos tendrán un poquito de tiempo (por lo menos un cuarto de hora cada día) para JUGAR juntos a algún juego (aunque sean muy sencillos: la oca, el parchís...). ¡Qué bien nos lo vamos a pasar!


CUENTO DE LA SEGUNDA SEMANA:
“EL TRABAJO DE CASA ES DE TODOS, TODOS RECIBIMOS, TODOS COLABORAMOS”


Manuel no quería recoger en casa porque decía que él no lo había sacado. Sus hermanos y él habían jugado toda la tarde y también dibujado y recortado, con lo cual el suelo estaba lleno de recortes y juguetes. Todo estaba bastante desordenado. Llegó la hora de recoger y todos recogían, pero él insistía:
            – Yo solo he sacado esto, y recojo sólo esto.
La madre le dijo que a él también le ayudaban muchas veces, pero él se puso terco y afirmó:
– Pues ya no hace falta que me ayudéis, a partir de ahora sólo haré lo mío, sólo recogeré lo que saque, y no lo que desordenen mis hermanos.
– De acuerdo, hijo – dijo la madre.
Al día siguiente Manuel se levantó. Iba lento vistiéndose, como siempre, porque era un poco remolón. Le quedaba el tiempo bastante ajustado para desayunar, y cual fue su sorpresa cuando al llegar a la cocina, mamá le esperaba con una sonrisa y le explicó cómo tenía que prepararse la leche y las tostadas, ya que, como dijo el día anterior, él haría sólo lo suyo y no le pedirían que hiciera lo de otros. Así sólo pudo desayunar dos tostadas y sólo pudo llevarse al cole un trozo de pan, pues no tuvo tiempo de preparar un bocadillo. Se ató los cordones de los zapatos rápidamente y se fue al colegio.

Durante el recreo miraba con envidia los bocadillos de sus compañeros: la verdad es que el pan está más rico con salchichón o jamón. Y cuando corrió a la fila casi se cae porque se pisó los cordones desatados ¡claro! Hoy mamá no se los había repasado.
Ya en casa, por la tarde, dijo a su madre que necesitaba un lápiz nuevo y ayuda para los deberes. Mamá le dijo que intentara hacerlo él, pues tenía que ayudar al hermano pequeño. Le costó tanto terminar, que no pudo ir a comprar el lápiz. Se sintió contrariado al pensar que a su hermano mayor no le hubiera costado nada traérselo al volver de la clase de inglés, ya que pasaba delante de la papelería. Pero, claro, no podía pedirle el favor, pues él el día anterior no le quiso ayudar a recoger el puzzle.

Tampoco hubo pan para él en la cena, pues sus hermanos habían comprado sólo dos barras para la familia, y él no había ido a por “su” barra. Manuel empezó a comprender que era muy molesto tener que hacer “sólo lo suyo”, pues “tocaba” más de lo que creía y comprendió que él recibía de los de casa muchos favores y servicios. Al llegar la noche tuvo que reconocer a su madre que prefería dejarse ayudar y ayudar, él a su vez, cuando se le pidiera, aunque no fuera trabajo para beneficio exclusivo suyo.



CUENTO DE LA TERCERA SEMANA:
“EL TRABAJO ES BONITO Y HACE FELIZ”

En un lugar escondido del bosque, existía una ciudad de duendes pequeñitos. Eran muy felices todos. Muy felices, muy felices ¿Sabéis por qué? Porque amaban el trabajo y sabían que si lo hacían bien, los demás estarían muy contentos y satisfechos.

El duende cartero ponía mucha atención en repartir bien las cartas, sin equivocarse de buzón. Y saludaba con amabilidad a todos cuando hacía su recorrido. Sabía que a todos gusta recibir carta, noticias de los familiares o amigos lejanos, por eso se sentía dichoso de repartir en cada carta un poquito de alegría y sorpresa.

El duende panadero también ponía esmero en medir bien la cantidad de harina y levadura. ¡Dónde va a parar un buen pan reciente, crujiente y esponjoso, con otro algo seco y duro!
– Hoy los niños se comerán el bocadillo del colegio de maravilla, ¡que rico les va a saber! – pensaba el panadero.
Y siempre echaba un poco más de masa en la barra, pensando que así estarían mejor alimentados.

¡Qué decir del duende doctor! Siempre dispuesto a remediar el dolor de sus conciudadanos. Escuchaba con tal atención y compasión a los enfermos, que, éstos, después de contar sus penas ya encontraban cierto alivio. No escatimaba tiempo y estudiaba mucho sus libros médicos hasta encontrar el remedio que sus pacientes necesitaban.

¿Y los niños duendecitos? No se quedaban atrás. Les encantaban las SORPRESAS.
– ¡Mamá, SORPRESA! – decían.

Y era cierto, habían puesto la mesa en silencio, para que cuando mamá fuera a llamarles se la encontrara puesta. O si no, habían barrido el patio, o pasado el trapito de polvo. “Mamá SORPRESA”. Y le habían echo todas las camas de la casa. ¡Cuánto reían los niños duendecitos al ver la cara de satisfacción de su mamá!



CUENTO DE LA CUARTA SEMANA: “CON EL TRABAJO SOMOS ÚTILES”

En una granja vivían muchos animalitos. Entre ellos la pequeña gatita “Chati”.
Un día el perro se acercó a Chati y le dijo:
– Realmente, Chati, no sé para qué vales. Yo al menos sirvo para ladrar fuerte y espantar a los ladrones. Mi amo está muy tranquilo y seguro de tenerme a mí.
La pobre Chati quedó triste y pensativa. Al cabo de un rato vino la señora vaca, y también dijo a la gatita:

– Chati eres muy linda pero no sirves para nada. Yo, doy abundante leche fresca. Y la leche es muy importante para los niños y mayores. Además sirve para hacer ricos guisos.

De nuevo Chati quedó triste y abatida. Poco después se acercaron el gallo y la gallina:

– Chati, déjanos pasar, que nosotros tenemos cosas que hacer; mi mujer poner huevos y yo pronto tendré que cantar para que todos sepan que llega un nuevo día.

Así la pobre Chati se sintió tan desconsolada que se puso a llorar. La señora pata, compasiva, se le acercó y le preguntó porqué lloraba:

– ¿Qué te ocurre Chati?
– Pues... que no sirvo para nada y me encuentro muy triste.
– ¡Cómo! – le contestó la pata–. ¡Claro que sirves mucho! ¿Tú no sabes que cuando vienen los ratones, la granjera te busca corriendo a ti para que les libres de esos ladronzuelos? ¿Qué haría nuestra ama sin ti? Te necesita constantemente.

Desde ese momento Chati, al comprobar que era útil a los demás, se sintió inmensamente contenta y feliz. Y siempre procuró que su servicio nunca dejara decepcionada a su ama.


QUINTO CUENTO: “DESPUÉS DE LA TORMENTA”

Tomás era el guardabosque de un precioso bosque. Una noche hubo una terrible tormenta. El viento soplaba feroz, y caían rayos y truenos como nunca.
De pronto, un enorme chasquido ¡Un rayo había caído muy cerquita de allí! Tomás sabía que al día siguiente sería un duro día de trabajo. La tormenta estaría destrozando mucho. Así fue, a la mañana siguiente, Tomás salió temprano y observó innumerables ramas partidas. Pero pronto vinieron a él muchos animalitos buscando ayuda ¡Un tremendo rayo había caído sobre el GRAN ROBLE y había dejado sin hogar a innumerables animalitos, y pajaritos que en él tenían su casita!

Tomás no se acobardó, solicitó ayuda y colaboración de todos. Buscaron otro gran árbol, y cada uno con un encargo se pusieron a trabajar. Uno llevaba el martillo, otro serraba tablas, otro era el encargado de los clavos... y ¡ pin, pan, pun! Después de todo un largo día de trabajo ¡¡consiguieron convertir aquel gran árbol en una gran vivienda para todos!! Era más bonita y confortable que el GRAN ROBLE. Entre todos, consiguieron un hogar como nunca habían visto.
Tomás les explicó que la colaboración y la ayuda consiguen cosas que uno nunca hubiera podido solo. Y los felicitó a todos por su labor.


(del cuento ‘Después de la tormenta’ de Nick Butteworth, Ediciones Destino.)

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