martes, 10 de mayo de 2016

COMO EVITAR EL DESCONTROL EN LOS HIJOS


EMPECEMOS CON UN EJEMPLO.


Imaginemos la siguiente situación: Un campamento realiza todos los años unas excursiones por el Pirineo.  Tienen un buen guía y llegan con éxito a las cimas propuestas. Como buen guía que es,  calcula el tiempo que lleva la ascensión con los jóvenes, incluidas las paradas; todo esto teniendo en cuenta la edad  de los chicos. Como es conveniente que estén de regreso al pie de la montaña sobre la hora de la merienda para después coger el autocar de vuelta al campamento, calcula a qué hora deben empezar a bajar del pico; también tiene en cuenta que en la cima sería interesante que dispongan de una hora para descansar y disfrutar del paisaje.  Así  va  calculando hacia atrás el tiempo necesario para la subida y los  descansos convenientes hasta precisar cuál será la hora de partir por la mañana.  También conoce bien las bifurcaciones y los caminos, cual es el mejor y el que lleva al pico que se pretende…  Sabe técnicas para evitar el cansancio… Conoce buenos parajes donde hay sombra, fuentes, amplitud… para hacer las paradas y descansar. Si durante la marcha  algún chico o chica  más flojo se queja, el guía lo anima, lo entretiene… sabe que puede… pero no cede  hasta llegar a estos parajes, conviene mantener el grupo unido. Allí aprovecha para explicar cómo se cuida la naturaleza y donde hay peligros.  Mira su reloj frecuentemente a fin de comprobar que el ritmo que llevan es el adecuado para alcanzar la cima a la hora más o menos prevista. En fin, todo controlado. Con este guía las excursiones siempre funcionan.
Pero he aquí que un año este guía está enfermo y tienen que contratar a otro. Curiosamente, la noche anterior, el guía pregunta al grupo de jóvenes, muy consideradamente:
-¿A qué hora queréis que salgamos? ¿Es muy pronto a las 8:30? ¡Qué estéis descansados, pero no os paséis que luego hace mucho calor! Tras un pequeño debate “pactan”  salir a las 9:00.

Total, que al día siguiente salen a las 9 y cuarto más o menos; bueno, un cuartito de hora no pasa  nada, ya se sabe cómo son los chicos. Empiezan a subir y como todos los años, los más lentos empiezan a quejarse.

-¿Ya estáis cansados? ¡Vaya! Venga vale, paramos un ratito...
-Jo, este guía es más bueno que el del año pasado…
Tras pasar diez minutos.
-¡En marcha!
-Nooo…
-¡Venga, que si no, no llegaremos nunca!
-Sólo un minuto más ¡porfa!
-Vale, pero sólo uno ¿Ok? – dice sonriendo.

Al fin salen. Siguen subiendo. Llegan a una bifurcación y toma el camino de la derecha.
Una chica dice:
- ¿Por qué no vamos por la izquierda? El camino es más ancho y llega antes a aquella peña. Fíjate que el otro camino va a parar al mismo sitio, pero es mucho más largo.
- Sí, es más largo pero la pendiente es mucho más suave, no conviene que os agotéis tan pronto.
- Pero llegaremos mucho antes… Yo me voy por aquí.
- ¡Qué gente ésta! ¡Valee,  vamos  por la izquierda!

Lo  que parecía fácil no lo fue tanto, no ahorraron tanto tiempo y se agotaron tanto que tuvieron que hacer un nuevo descanso.
- Ya os lo decía yo, pero como no hacéis caso… ya empieza a dar fuerte el sol, vamos.
- Espera un poco más…
- Yo no lo haría, pero en fin…, sólo un  minuto más, pero sólo uno.

Entonces el guía se pone a hablar con un monitor. Los niños, al cabo de un ratito (más de 5 minutos)  se levantan  como para emprender la marcha, pero como ven al guía hablando empiezan a  juguetear,  se dispersan. Al fin, el guía dice de continuar ¡pero recógelos a todos!  Unas niñas se han alejado buscando unas florecillas lilas.
- ¡Espera… que tenemos que tener diez cada una!
El guía empieza a ponerse de mal humor y a decir: Desde luego cómo sois, si no me hacéis caso, no llegaremos nunca…
Las niñas siguen felices sin inmutarse hasta que tienen sus diez flores.
Mientras, un niño que se aburría, se ha subido a una piedra muy alta y al guía  le toca ir a bajarlo.
-Pero ¿a quién se le ocurre subirse ahí? ¿es que no ves que es peligroso?

¡Al fin empiezan de nuevo la marcha!
Luego unos chicos quieren correr más y se adelantan al guía, con lo cual al llegar a la siguiente bifurcación escogen al azar y se equivocan. El guía, cuando se da cuenta, los avisa gritando,  pero ya estaban muy adelantados y cuando todo el grupo llega a la bifurcación aún  les tienen que esperar.

Y así todo el día. Cuando el guía se ve el reloj se da cuenta que para estar de vuelta al autocar llegan tarde, deben bajar sin pérdida de tiempo ¡Ya! Por supuesto sin  llegar a la cima y con tiempos mínimos de descanso. Aunque intentó imponer buen ritmo, acompañado de reproches continuos, no consiguió llegar a tiempo al autocar pero sí consiguió que todos estuvieran muy cansados y quejosos de la excursión.

-¡Pues vaya! Ni siquiera hemos llegado al pico, no sé ni para que hemos venido.
Cuando  llegan al campamento el director le pidió cuentas al guía; éste, malhumorado, echó la culpa al grupo de chicos, que era sumamente indisciplinado.

Visto desde fuera ¿qué opináis? ¿De quién es la culpa del fracaso de la excursión?

SI NOS PASAMOS AL TERRENO EDUCATIVO

Todos los padres y madres tenemos buena voluntad ¿Quién lo duda? Sin embargo, eso no quiere decir que estemos exentos de errores educativos. Esto hace que necesitemos pararnos a pensar con frecuencia y analizar qué estamos haciendo con nuestros hijos, pues posiblemente sólo con deseos no lleguemos donde queremos.

Pensemos un poco
Si nos preguntaran cual es la principal diferencia entre los dos guías podríamos responder: en el segundo guía  faltó una dirección firme y clara. Tan importante es esto que, si falta, es prácticamente imposible alcanzar la meta.

Razones que hacen necesaria la dirección firme y clara:
Los niños son seres en proceso de madurez, por tanto, ahora mismo son inmaduros y no pueden  escoger por sí solos lo más conveniente. Su razón sólo ve el momento presente, es decir, no alcanza a ver la proyección de futuro y las consecuencias de todas las decisiones y actos que hacen; por eso ellos siempre preferirán lo más fácil, lo más cómodo, lo más divertido. La  misión de los adultos, en este caso de  los padres, es protegerles de ese peligro. Por tanto un padre o madre no puede dejar en manos de un niño decisiones que atañen a su formación intelectual y humana. Por ejemplo no convienen preguntas como:
             ¿Quieres que te apuntemos a inglés este año?
             ¿Queréis que vayamos a ver a los abuelos?
         ¿Quieres acostarte ya?
         ¿Qué quieres para comer?

Los padres son los que tienen que saber qué conviene en cada momento: si conviene se hace y si no conviene no se hace. Si dejamos que decida el niño y no nos gusta su decisión empezaremos a ponerle pegas y mostrar nuestro desacuerdo (como el segundo guía). Si finalmente hacemos lo que opinamos nosotros ¿para qué le preguntamos? ¿para que vea que no le hacemos caso?  y si hacemos lo que él dice, pese a nuestra disconformidad, le estamos transmitiendo que él tiene la última palabra y que admitimos escoger lo peor, como si diera igual escoger lo mejor que lo peor. Mensaje altamente peligroso.

Además, tanta pregunta hace creer al niño que él tiene la autoridad para decidir y con los años estará convencido de que tiene todo el derecho.
Se habla del Síndrome del Emperador en los niños, pero creemos que éste no existiría si no se diera en los padres, a modo de broma, el “Síndrome del mayordomo”.

El padre/madre llega a sentir que está obligado a complacer los deseos de su hijo, si no quiere sentir que su conciencia lo acusa de mal padre/madre. Nada más lejos de la realidad. Un buen padre/madre es el que busca el BIEN (con mayúsculas) de su hijo,  no el capricho de su hijo.
Si queremos entenderlo mejor, comparémoslo con la salud del cuerpo ¿Qué buen padre no vacuna a su hijo, le pone una escayola a un brazo roto o da un medicamento amargo? Sabe que es un beneficio para él y no le pide permiso; actúa directamente, eso sí, con cariño y palabras de ánimo. Algún día se lo agradecerá.

OTRAS PISTAS QUE SACAMOS DEL BUEN GUÍA

1.-Sabe dónde quiere ir.
El guía, sabe qué pico quiere alcanzar.
Cuando nace un hijo todos tenemos claro que queremos que lleguen a ser personas felices, realizadas; a nadie se le pasa por la cabeza que sean personas insociables, irresponsables, vagas, egoístas, desordenadas… sino todo lo contrario. Para ello estamos dispuestos a los sacrificios que hagan falta. Sin embargo con el paso de los años, ¿vamos comprobando que nuestras acciones van en la dirección correcta del destino? ¿nos vamos acostumbrando desalentados a cómo son  o renovamos la lucha?

2.-Planifica.
El guía no empieza a caminar improvisando, sobre la marcha. Sabe por dónde quiere ir y se mira el reloj para comprobar el ritmo de ascenso.
Los padres podemos planificarnos también. Podemos ponernos objetivos por años, por meses… Objetivos sencillos, asequibles. Hablar con ellos y poner límites. Sin prisas pero sin pausas; revisarlos, exigirlos… ser constantes. Tener un horario semanal, diario, evita  el excesivo tiempo libre, donde nace el descontrol.
Puede ocurrir que cuando llegamos a casa pensamos “¡Ah! ¡por fin en casa!” Nosotros, los padres, a nuestras faenas y mientras los niños hacen lo que quieren: sofá, móvil, tv, juegos… Así crecen sin control… y cuando llegan a la adolescencia es cuando nos preocupamos porque  “lo que quieren” tiene más peligros.
Claro que debe haber ratos libres, pero no toda la tarde y todos los días y sin control. Es labor genuina de los padres que les ayudemos a gestionar su tiempo y lo aprovechen y se diviertan. Hay muchas actividades que se pueden hacer en casa y son enriquecedoras. Hay que combinar estudio, lectura, deporte, juegos de todo tipo, cocina, ayuda a las tareas domésticas… Si queremos buenos frutos hemos de sembrar y regar, si no sólo crecen malas hierbas.

3.- Intercala subidas y descansos.
No es una exigencia continua.
Los padres, para hacer amena la educación han de compartir con los hijos su rato de ocio, donde se diviertan juntos. Esto une mucho y hace que nos los ganemos. En ese clima de amistad y cariño aceptan mejor las orientaciones y mandatos, pues los hijos notan que los queremos y sólo buscamos su bien.

4. Previene.
En los parajes, el guía explica dónde pueden ir y donde no. Les avisa de peligros y  educa en el cuidado de la naturaleza.
Los padres debemos ir siempre por delante, proponiendo, educando… esto evitará, al menos, que hagan errores por desconocimiento. Y evitaremos correcciones. Siempre es mejor prevenir que curar. En realidad hay más ocasiones de las que nos pensamos, ya no sólo a nivel de conocimientos teóricos (cómo se limpia algo, cómo se come) sino también de conocimientos de valores y comportamientos: ¿les hemos explicado cómo se comporta uno en casa ajena, porqué no es bueno copiarse o sobre  las consecuencias del consumismo, de la falta de verdadera afectividad…? ¿les hemos explicado que es feo ponerse gallitos cuando un profesor les corrige algún mal comportamiento? Hay muchas cosas, que como ya no se hablan ni saben que existen.

5.-Acompaña, alienta.
Cuando alguien se cansa, el guía acompaña y anima. No se desentiende, ni opta por la opción fácil: “Dejémoslo, esto es muy duro”.
Los padres, más que ceder, debemos dar ánimo. Poner alegría y buen humor, pero ¡adelante! Si no, les hacemos creer que no son capaces. Hacerles comprender que es normal que las cosas cuesten y que debemos tener espíritu de superación y lucha.

Concluyendo, podríamos sacar una idea: en la educación, es mejor ir por delante de los hijos, dirigiendo, proponiendo, animando, educando… que por detrás… enderezando “entuertos”.

Los padres y madres hemos de ser verdaderos Ingenieros de la Educación.